Esta pregunta nos la hacemos una media de una vez cada 365 días, 366 si es bisiesto, durante toda nuestra vida y desde que tenemos conciencia de nosotros mismos después de la primera vez.
Por esta razón hay gente que se plantea esta cuestión por primera vez con 15 años, otros cuando franquean la frontera de la mayoría de edad y otra gran mayoría lo hace desde la silla mecedora de la casita de campo después de abrir la carta del banco y ver que el primer mes de pensión acaba de ser ingresado en su cuenta. En el momento en que pronunciamos la ese de mayores y cerramos la pregunta con nuestra voz algo temblorosa nos cuestionamos todos nuestros días pasados y por un momento el miedo y la duda se apoderan de nosotros. Una parte de la población se lamentará en ese preciso instante de no haberse dado cuenta antes de que habrá un mañana en el que no exista pasado-mañana.
En cambio, yo fui una niña muy astuta y la primera vez que me pregunté “¿Cuándo me hice mayor?” fue con seis años a finales de septiembre cuando mi madre me arrebató 30 minutos de jugar en el parque. La única explicación que obtuvieron mis desconsolados porqués fue “ahora ya tienes que hacer deberes”.
En ese momento supe que algo había cambiado, quizá el centímetro y medio crecido en el último año había colaborado a ese cambio que para mí era crucial o puede que el cambio fuera culpa de haber subido al primer piso del colegio “con todos los mayores” pero esa palabra, deberes, parece que era la principal causa de mis 30 minutos menos de juego y la que iba a cambiar mi vida.
Pero pronto llegaría el cambio de la taza de nesquik por la de café para aguantar bien el día, los “ojalá fuera niña y no tuviera que preocuparme por esto”, las primeras decepciones, y por no hablar de las primeras discusiones en las que tú eras la única que podía defenderte frente a la manada hambrienta de hienas… Sin embargo, esa pregunta se repetía también cuando creía haber atravesado por una misma situación y tener la clave para no repetir errores o cuando en tu camino se cruza una persona que lo pone todo patas arriba y en forma de tsunami avanza dejando sin rastro miedos tan grandes como fortificaciones hispanas en la época del Imperio Romano y en ese momento eres capaz de ver un horizonte más alejado pero a la vez más cercano.
Es ahí cuando te vuelves a dar cuenta de que lo que habías avanzado hasta ahora no era más que mero trámite burocrático, que mientras seas consciente de ti mismo no dejarás de preguntarte “¿cuándo me hice mayor?” porque quizá nunca lo serás, porque mientras sigas siendo humano seguirás siendo egoísta y querrás seguir haciendo lo que hacías cuando tenías seis años en el parque o quince o las primeras horas de tu mayoría de edad pero en el fondo no existe protocolo alguno que diga “No hacer a partir de siete años”.
Me encanta....
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