Son nuestros hechos, actos,
acciones y omisiones aquellos que nos delatan como personas. Podremos convencer
con una prosa digna de la mejor época de Grecia, con promesas de película o
delatarnos con miradas confesoras. Y cuando eso ocurra, cuando en un momento de
relax en el que nos hayamos quitado el traje para sobrevivir en la ardua tarea
del día a día y como si en un baño relajante estuviéramos, olvidando que
estamos desnudos, desarmados y sin escapatoria nos dejamos llevar, sacamos
nuestro yo más profundo y a modo de kamikazes empedernidos confesamos y
mostramos nuestros pensamientos y sentimientos más ocultos.
Habrán sido tan solo unos
instantes, con suerte, unos breves segundos pero lo cierto es que ya no
podremos volver atrás. Los oídos y ojos del público habrán sido testigos de las
declaraciones más insospechadas, por lo que la memoria, en su inteligente
labor, ya habrá almacenado dicha información en sus mentes. Podremos
enfundarnos de nuevo nuestra armadura y negar lo ocurrido o ser consecuente y
honrado con cabeza y corazón, abandonar definitivamente el armazón y vivir con
el único deber de rendirle cuentas a nuestros yos más preciados, cabeza y corazón.
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