Llegó el momento, ese instante
recopilatorio al que tantas y tantas películas se han referido, esos segundos
que, alimentados por los acordes de Mecano como cada año, te acompañan por ese
breve recorrido por el que tu mente quiere pasar por última vez. En apenas unas
horas diremos adiós a un año que, política y económicamente pronosticaron “complicado”
y, casualmente, personalmente también se auguraba así hace hoy trescientos
sesenta y cinco días. Rara vez fallan absolutamente todas las
estadísticas y esta vez no fue diferente.
Adiós a un año complicado por la
de veces que nos obligó a cerrar etapas y abrir otras nuevas, intenso por la
fuerza de los acontecimientos que traía consigo, viajero no solo por la de
lugares que nos enseñó sino también por la de recuerdos que devolvió en algún
momento de los doce últimos meses, imprevisto que a modo de tornado acabó con
los esquemas más anclados que existían hasta ese momento, duro cuando debía
serlo y amable cuando la ocasión lo mereció, gratificante por premiar el
esfuerzo invertido o dócil por la libertad que dio para improvisar sobre la
marcha.
De nuevo, este 31 de diciembre no
he invertido ni un solo instante en elaborar una enorme lista de propósitos
para el nuevo año que, tarde o temprano, o bien incumpliré o bien olvidaré. Sí
algo me enseñó este 2013 es a dejar el guion en la mesilla de noche y tan solo
coger mis principios antes de salir de casa. De este modo, todas y cada una de
las decisiones que tomase a lo largo del día, desde aquellas infinitamente pensadas
hasta el último milímetro o alocadas y guiadas por una simple corazonada estarían
únicamente influidas por la intensidad del momento y esa voz interior. Y así pretendo seguir haciéndolo después de las doce campanadas.
Buen viaje, 2013
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