21 enero, 2014

SIEMPRE LLEGANDO TARDE

Nos pasamos la vida corriendo, de un lado para otro, siempre con prisas, llegando tarde los lunes al trabajo, corriendo a por el metro de las 8am y, hasta hay veces, que desayunamos en el coche. Corremos por el aeropuerto con la maleta a cuestas mientras rezamos para llegar a tiempo a la puerta de embarque, se nos suele quemar la comida porque justo en ese mismo instante recordamos que habíamos olvidado enviar aquel importante email. Organizamos viajes a meses vista y, la mayoría de las veces, entregamos los informes cinco minutos antes de que finalice el plazo máximo. Pocas veces el despertador dice que sonará en 8 horas y casi ninguna Nochevieja llegamos a tiempo a la mesa. Y así todos y cada uno de los trescientos sesenta y cinco días del año.

Y, la verdad es que, por más que nos empeñemos en hacer planes y organizar hasta el más mínimo detalle, a pesar de defender con uñas y dientes la puntualidad y sentirnos abanderados del orden y la disciplina lo cierto es que al final los planes nunca salen según lo previsto, siempre habrá algo que se escapará de nuestro control y volará por los aires hasta el más estricto de nuestros esquemas. Algunos los llaman contratiempos, yo creo que simplemente es la vida jugando sus cartas, sorprendiéndonos en cada esquina. Las buenas noticias llegan justo cuando menos te lo esperas pero también lo hacen las malas y ambas persiguen un mismo objetivo: ponerte a prueba, recién levantado y sin arreglar. Quizá confío demasiado en la improvisación o me puede la tardanza pero prefiero seguir viviendo con las mariposas en el estómago de no saber qué pasará a conocer hasta los créditos de la película. 



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