Aparece sin más, sin previo aviso, no llama por teléfono para decir que ya llega ni deja una nota en el calendario a modo de recordatorio. Es impertinente, caprichoso e incoherente. Lo hay de diferentes clases, sabores y hasta está disponible en pequeñas dosis. Suele aparecer sin más y cuando se presenta lo hace por sorpresa, irrumpe con tanta fuerza y seguridad que llegamos a pensar que no se marchará nunca. Es el miedo y puede aparecer en cualquier instante. Lo hace justo cuando estás a punto de despegar, de empezar algo nuevo, quién nos planta delante de nuestras narices a precisamente quién menos deseamos encontrarnos, de decir adiós, es quién aparece cuando estás al borde de cruzar ese puente que te llevará a la otra orilla y es quién aparece de noche convirtiendo tu mente en una autovía y te hace, incluso, replantearte toda tu vida.
Y cuando lo tienes enfrente solo podrás hacer dos cosas: salir huyendo o mirarle fijamente a los ojos. Sí sales corriendo lograrás librarte de él por un tiempo, quizá por una noche más, pero más pronto que tarde volverá a sorprenderte girando la esquina o en mitad de la noche. En cambio, sí decides enfrentarte a él, mirarle a los ojos y plantarle cara seguramente esa noche mires debajo de la cama para asegurarte de que ya no sigue ahí pero lo más probable es que esa sea la ultima noche que lo hagas. Tan solo se trata de cómo quieras seguir viviendo: huyendo de las visitas sorpresas o persiguiéndolas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario