A veces hay que tirarse a la piscina sin pensar, salir a la calle sin paraguas o apostar todo al rojo. Serán
milésimas de segundos, incluso centésimas, pero te darán el valor suficiente para hacerlo porque de lo contrario, de pensarlo medio segundo más, corres el riesgo de quedarte en la superficie por miedo al cambio de temperatura con el agua, resignado en casa para no acabar empapado o conservando todos tus ahorros y viendo cómo el resto hacen sus apuestas.
Sin embargo, sí logras controlar los tiempos y otorgas a tu cuerpo la licencia de actuar bajo la eficiencia del acto-reflejo, corres el riesgo de ganar o perder pero, sobre todo, estarás permitiéndote el simple hecho de intentarlo. Nadie, ni siquiera el selectivo colectivo de los aventureros-insensatos que en algún momento de su vida se dejaron llevar por una corazonada hasta sus últimas consecuencias te avalarán en tu decisión y, es que, nadie más que tú mismo sabrá la diferencia térmica que experimentará al tirarse de lleno y sin pensárselo a la piscina y, por supuesto, nadie podrá adelantarte sí tu apuesta será la ganadora o no.
Muchas veces intentamos buscar respuestas, consejos y apoyos en los demás, algo que nos ayude a encontrar la solución perfecta para nosotros y obviamos que, precisamente, somos nosotros mismos los únicos capaces de darnos esa respuesta. Porque nadie más que nosotros convive con nuestro yo veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días al año y domingos y festivos desde hace veintidós años. Y nadie más que nosotros sabe sí es ahora o nunca el momento de coger las maletas e intentarlo...
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