14 octubre, 2014

EL OTOÑO LLEGO PARA RECORDARTE

Y de repente te das cuenta de que la vida pasa extremadamente deprisa, que transcurre a tal velocidad que si no estás lo suficientemente despierto dejarás momentos por el camino y que habrá oportunidades que se esfumarán delante de tus narices por no haber llegado a tiempo al embarcadero. Y aunque llevamos toda nuestra vida escuchando esta moraleja, no la creemos hasta que nos hemos hecho lo bastante mayores, momento que, a su vez, llega sin avisar. Lejos de los tópicos no sucede con la mayoría de edad ni con irse de casa ni siquiera ocurre con la primera cana. Es un momento único e intransferible que ocurre cuando el cuerpo nos lo pide.

De repente, una tarde en el tren de camino a casa, en un gesto tan simple como mirar el reloj, te das cuenta de que estamos a punto de alcanzar el ecuador del décimo mes del calendario y al mirar por la ventanilla, los tonos verdosos y ocres de las hojas que se amontonan a las orillas de los raíles te lo confirman. Otro otoño ha llegado antes de que te pudieras dar cuenta y te ha pillado aún con las sandalias en el armario y el abrigo en el doble fondo. Ha llegado y te recuerda que ya has pasado tres estaciones fuera de casa, que te has hecho más fuerte con el paso de cada una de ellas y, a su vez, más sensible. Ha llegado y te ha recordado lo efímero que puede llegar a ser el tiempo y que todo lo que comenzó, tarde o temprano, llegará a su fin.




Y entonces, sonríes, sin motivo mayor que el comprender, por fin, el tan sonado mensaje de padres y abuelos y entenderles a ellos también. Porque a partir de ahora saldrás la mitad de los días sin apenas desayunar, te maquillarás en el coche de camino al trabajo y correrás por la boca del metro para no dejarte escapar ni una sola oportunidad más. Y porque a pesar de todo y de haber llegado a tiempo, siempre, siempre habrá una estación de destino en la que todos tendremos que bajarnos, así que más nos vale disfrutar del viaje. 


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