Cierto es que cada vez son más aquellos que se calzan las zapatillas y se lanzan a la calle para adueñarse de parques, caminos y asfalto, pero en mi defensa he de decir que no he estrenado mis zapatillas este septiembre, sino que ya llevo varios años y kilómetros a mi espalda. Lo que si es cierto es que esta es mi primera entrada como runner por lo que los nervios y miedos son mayores.
Mayores porque la fiebre por el running ha saltado muros y se ha colocado en los primeros puestos entre la blogósfera deportiva, por lo que todo aquello que se pueda decir al respecto ya ha sido dicho y redicho mucho antes. Sin embargo, lejos de aspirar a ser la blogger-runner por excelencia, los motivos que me han empujado a comenzar esta sección han sido los mismos que un día me ataron los cordones de las zapatillas y me sacaron de casa.
La primera vez que decidí salir a correr, recuerdo que era una fría tarde de otoño, casi invierno, de 2010, por lo que el frío salmantino ya comenzaba a hacer de las suyas. Recuerdo que salí con la premisa de moverme, hacer algo de ejercicio en definitiva, porque por aquella época no era muy amiga de los gimnasios. Comencé a trotar y aunque con cada zancada me sentía más cansada logré aguantar unos 15-20 minutos continuos. Paré y caminé de vuelta a casa con una extraña sensación: a pesar de sentir que se me iba a salir el corazón por la boca solo podía pensar en volver a correr. Las pulsaciones fueron bajando poco a poco mientras las agujetas se preparaban para aparecer por todo lo alto.
Cuando al cabo de unos días desaparecieron, volví a enfundarme las mallas, me até de nuevo las zapatillas y me lancé a la calle. Y la verdad, es que la sensación fue muy parecida a la del primer día, corrí hasta que el agotamiento me lo impidió pero lejos de ahuyentarme me dejó con tal subidón de adrenalina y tan libre de endorfinas que creó en mi una necesidad hasta entonces desconocida. Hoy, cinco años después, esa necesidad sigue tan latente como entonces y sé que las ganas e ilusión han sido los talones sobre los que me he apoyado y los que me han empujado en cada kilómetro.

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