Hace un tiempo una serie de televisión española, lanzó una campaña que se ganó varios miles de adeptos, también enemigos pero estos eran un porcentaje menor. En menos de un minuto, los guionistas consiguieron conglomerar una serie de frases, un texto impactante y que enganchase a la masa.
El texto trataba de decisiones, cuestiones que se le plantean a prácticamente el cien por cien de la población, dudas que surgen en cualquier situación y que obligan a elegir entre derecha o izquierda, blanco o negro, sí o no. Situaciones complicadas en las que las dudas, muchas veces, no nos dejan ver con claridad el camino no correcto sino el camino que nosotros queremos aunque el resto elija el opuesto, pero en ese momento de duda es cuando aparece algo que nos recuerda qué es lo que verdaderamente queremos y cuál es el camino que nos llevará a él.
Nunca creí en grises ni en medias tintas ni siquiera en “quizás” o “tal vez” aunque muchas veces nos escondamos tras ellos para evitar encontrarnos en mitad del camino sin saber qué dirección tomar, porque sabemos que cualquier decisión que tomemos tendrá consecuencias y que tendremos que estar preparados para cuando estas lleguen. Por eso, al fin y al cabo siempre me mantuve firme y acaté y asumí toda la responsabilidad de aquellas dudas que un día me nublaron y me hicieron titubear pero que terminaron desaparecieron cuando empecé a caminar hacía la dirección escogida. Esa desaparición es el síntoma más agudo de que escogí y decidí con rotundidad la verdadera dirección.
En definitiva, cualquier acto tiene efectos secundarios que aparecen enumerados en el prospecto que todos deberíamos de leer antes de elegir para no llevarnos sorpresas ni echarnos las manos a la cabeza cuando sea tarde. Por suerte o avispada, divisé las consecuencias de mis decisiones antes de tomarlas, por eso mientras andaba las vi pasar una a una como si de carteles publicitarios que cuelgan de las marquesinas se tratase, y sonreí.
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