Tras el cartel malpuesto por las
prisas que cuelga de la puerta de tu establecimiento de siempre y que anuncia ‘Cerrado
por motivos personales’, existen muchos porqués. Está aquel que decide colgar
este improvisado aviso para tomarse unos días de relax lejos de la ciudad
porque tanta rutina le abruma o el que decide comenzar un año sabático cargado
de viajes en el que no descansará ni para cambiar de equipaje. Pero lo cierto
es que son miles y muy variados los motivos por los que todos alguna vez
decidimos parar.
No somos conscientes de la importancia
y el lujo que desprenden quince minutos de soledad porque estamos acostumbrados
a vivir rodeados y es que, ¿quién puede reflexionar sobre su día en el metro a
hora punta? A veces, no necesitas optar por un viaje que te lleve lejos de casa
ni siquiera dar un volantazo de 360º que ponga patas arriba toda tu vida para saborear
este disputado manjar. Cada decisión es consecuencia de una época y modus operandi de la misma, y elegir parar
y colgar el cartel de ‘Cerrado’ era la alternativa que siempre se me había
resistido.
Pero los carteles son eso,
papeles que en una palabra son capaces de describir una situación y tienen el
gran poder de condensación de explicar al cliente que se acerca hasta el
establecimiento de siempre de que no estás y no sabes cuándo volverás. Porque
absolutamente todos, hasta el empresario que trabaja 12 horas seguidas, tiene
un día en que decide parar, respirar y vivir y un simple rotulador negro sobre
un folio en blanco que diga ‘Cerrado’ será suficiente para tomarse un día, una
quincena o una vida dedica a él.

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