Están los que se proponen
apuntarse al gimnasio, los que deciden que es el momento de estudiar un segundo
idioma o los que se animan a cambiar el coche. Pero en realidad, estos nuevos
objetivos no se deciden minutos antes de que la bola del reloj de la Puerta del
Sol comience a dar los cuartos ni el día 30 de diciembre por la tarde, no al
menos aquellos propósitos que supongan un cambio en nuestra vida, por pequeño
que sea.
Los verdaderos propósitos son
aquellos que aparecen en mayo, junio o septiembre y comienzas a llevarlos al
cabo al día siguiente. Nadie espera a fin de año a pensar qué cambiará, qué
dejará o qué mejorará después de comerse las doce uvas de la suerte. Cada error
que cometiste en el 2011 lo corregiste el mismo día que supiste que era un
error, y lo mismo paso cuando decidiste hacer dieta, quedarte sin vacaciones
para sacarte un dinerillo o recuperar viejas amistades. Las cosas importantes
no esperan y menos a fin de año cuando todos estamos más preocupados del
vestido del día siguiente que de aquello que pasó a mitad de año y prometiste cambiar.
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