16 enero, 2012

TODOS MENTIMOS CONTINUAMENTE

Todos, absolutamente todos los humanos mentimos. Va intrínseco en nosotros, es más, es algo innato que hacemos continuamente. Muchas veces mentimos piadosamente, como cuando eres pequeño y sin querer rompes el jarrón preferido de mamá, rápidamente recoges los trozos y los intentas pegar o cuando el marido el sábado por la mañana a la pregunta de su mujer “¿has barrido la habitación?” contesta con rotundidad un “sí”. En ambas situaciones, la madre sabe quien ha roto el jarrón, el asa mal pegada te delata, y la alfombra abullonada con sospechosos montículos de polvo dan la razón a la mujer y dejan en evidencia al hombre.

Pero también están esas mentiras prediseñadas, aquellas que cometemos de forma consciente porque necesitamos el sabor de una mentira antes que el dolor amargo de una verdad. La mayoría de las veces, suele ser una negativa a la realidad por miedo a quedar en evidencia, el miedo a fracasar o por temer sufrir más de la cuenta. Creemos convencer a los demás y convencernos a nosotros mismos en el mismo momento en que negamos algo que ha pasado. Puede ser que seamos los mejores actores de la academia de las artes y que interpretemos el papel de nuestra vida pero cuando se baja el telón, se apagan las luces y las butacas se vacían, los actores vuelven al camerino, se desmaquillan y se quitan los trajes con quienes fueron Don Juan Tenorio o el Rey León, y vuelven a ser ellos mismos, las personas que se escondían bajo el disfraz.
En algunas ocasiones nos volvemos a casa con el disfraz puesto o, incluso, hay veces en las que seguimos interpretando aún habiéndonos bajado del escenario. Ese papel, esa negativa o esa mentira nos hace sentirnos protegidos pero pronto ese traje necesitará un lavado y nosotros mismos un respiro, el respiro que da la verdad. En cuanto bajemos la cremallera y volvamos a ser nosotros mismos, cuando asumamos que ese traje solo se utiliza en la función, que ese papel solo es un guión con 90 minutos de duración, entonces asumiremos las reglas de este juego.

Todos alguna vez nos hemos sentido avergonzados cuando sin querer rompimos la figura preferida de mamá o cuando nos negábamos a aceptar el primer suspenso por miedo a fracasar y defraudar, y por no hablar de la rotundidad con la que negábamos ese desamor. Pero tuvimos que actuar, mentir y mentirnos para saber que el sabor de la mentira es un dulce efímero pero más punzante que la realidad. 

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