Siempre hay excepciones y están aquellos a
los que el compartir sus pinturas o su helado favorito no les importa. Por lo
general, los más generosos suelen ser aquellos para los que compartir es
sinónimo de vida, y conciben el compartir su vida como una necesidad vital. Pero
también, están los primeros, los que con 3 años se negaban a prestar su estuche,
no por egoísmo sino por precaución y protección. Estos valoran tanto todo aquello
que les rodea que prestarlo supone un riesgo que no siempre conviene correr.
El simple hecho del estuche se puede
extrapolar a la vida de los generosos y de los que no lo son tanto y podemos
observar que esta escena se repite en cantidad de momentos rutinarios. Cada uno
de nosotros sabe cuando quiere compartir parte de sus palomitas en el cine, su
cama o su mayor secreto. Este préstamo llega cuando sentimos la necesidad de
compartirlo y no cuando se supone que tenemos que hacerlo, porque otra de las
lecciones más importantes es que “todo llega cuando menos te lo esperas”.
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