Por despistados en algunas
ocasiones y por confiados en otras, a menudo dejamos escapar oportunidades que
no volverán y que por más que lo intentes, te pongas la misma ropa que llevabas
ese día o una sonrisa prácticamente idéntica con la que saliste de casa, nada
volverá a ser igual. Ni aunque repitas escrupulosamente todos y cada uno de los
pasos hacía ese lugar que se convirtió en especial, es bastante probable que
esta vez ya no tenga esa magia. La esencia de los momentos, situaciones y
personas se difumina en el mismo momento en que volvemos a caminar por ellos a
modo de recuerdos.
Es cuando a base de ver tu vida desde
una tercera perspectiva, te levantas de la butaca olvidándote las palomitas y
empiezas a exprimir cada milésima de segundo, a besar lentamente, a perdonar
rápido y vivir intensamente. Porque se escapa de nuestro control esa llamada
que lo cambiará todo, ese adiós inesperado o ese salto al vacío obligado que
nos recordará que nada es para siempre.
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