Ya nos avisaron de que el crecer
tenía sus riesgos y no nos lo creímos hasta que los años nos empezaron a pasar
factura. Los años se empezaron a acumular a las espaldas y las facturas de
todas las decisiones comenzaron a amontonarse en la mesa. Y hasta el día en que
la mesa no puede con más papeles no nos damos realmente cuenta de lo que estos
significan.
Cada decisión, por pequeña que
sea, tiene una consecuencia. Y es que, cuando decidimos dar un giro de 180º a
nuestra vida, cuando decidimos hacer caso a nuestra cabeza en vez de a nuestro
corazón o cuando decidimos guardarnos un secreto estamos decidiendo hacer
exactamente eso y no lo contrario. En la mayoría de las situaciones con las que
nos encontramos a lo largo de la vida hay izquierdas y derechas, si y no,
blanco y negro. Rara vez nos encontramos por un camino intermedio, con un
quizás o con un gris.
Pero por más vueltas que le des,
siempre habrá una consecuencia, un precio a pagar por haber escogido. Solamente
cuando te sientas ante esa nueva factura podrás saber si escogiste lo correcto,
si valió la pena correr riesgos o arriesgar más de la cuenta, porque, por
desgracia, la báscula solo pesa las consecuencias al cabo del tiempo y ya nunca
más podrás volver atrás y decidir izquierda o derecha, si o no, blanco o negro.
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