¿Recuerdas
cuando eras pequeño? Cuando decías sin pensar lo primero que se te pasaba por
la mente, cuando llorabas si te caías del columpio o cuando decías abiertamente
tus miedos. Solamente el monstruo que vivía bajo tu cama era quien te quitaba
el sueño las noches de tormenta. Y en cambio ahora que han pasado tantos años
de esos recuerdos te das cuenta de que todo, absolutamente todo, lo que dices ha
sido pensado y estudiado previamente en tu mente, ahora te escondes para desahogarte
y curar tus heridas y, sin duda, no quieres ni oír hablar de miedos. Creemos
que el crecer significa eso, hacernos fuertes no solo físicamente sino también
mentalmente y, unas veces por error y otras por las propias experiencias, inconscientemente
endurecemos nuestros pensamientos y sentimientos que muestran a los niños que
seguimos siendo.
Muchas veces
ni nos damos cuenta de que debajo de ese vestido o de esa falda llevamos una
armadura con escudo incluido que impide que nos vean al natural y que nuestro
verdadero “yo” se muestre íntegro. Pero esto no siempre fue así. Vinimos al
mundo completamente desnudos tanto textilmente hablando como sentimentalmente pero,
por desgracia, los primeros golpes y las primeras caídas te obligan a cubrirte
y a protegerte porque comienzas a darte cuenta de que no serán las últimas.
Y es
entonces, cuando pasado un tiempo el peso de la armadura comienza a hacer mella
en tus hombros y la espalda se empieza a resentir, cuando te das cuenta de que
la portabas. No te habías dado cuenta de que poco a poco, con el paso de los
años, el trasiego de las personas que pasaron por tu vida y tu colección de
experiencias te habían obligado inconscientemente a cubrir de hierro al niño
que por muchos años que pasen vas a seguir siendo con sus sueños, sentimientos
y miedos. Es en ese momento, cuando tienes en tus manos romperla o seguir
escondiéndola bajo las ropas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario