18 septiembre, 2012

MIEDOS



¿Recuerdas cuando eras pequeño? Cuando decías sin pensar lo primero que se te pasaba por la mente, cuando llorabas si te caías del columpio o cuando decías abiertamente tus miedos. Solamente el monstruo que vivía bajo tu cama era quien te quitaba el sueño las noches de tormenta. Y en cambio ahora que han pasado tantos años de esos recuerdos te das cuenta de que todo, absolutamente todo, lo que dices ha sido pensado y estudiado previamente en tu mente, ahora te escondes para desahogarte y curar tus heridas y, sin duda, no quieres ni oír hablar de miedos. Creemos que el crecer significa eso, hacernos fuertes no solo físicamente sino también mentalmente y, unas veces por error y otras por las propias experiencias, inconscientemente endurecemos nuestros pensamientos y sentimientos que muestran a los niños que seguimos siendo. 
  
Muchas veces ni nos damos cuenta de que debajo de ese vestido o de esa falda llevamos una armadura con escudo incluido que impide que nos vean al natural y que nuestro verdadero “yo” se muestre íntegro. Pero esto no siempre fue así. Vinimos al mundo completamente desnudos tanto textilmente hablando como sentimentalmente pero, por desgracia, los primeros golpes y las primeras caídas te obligan a cubrirte y a protegerte porque comienzas a darte cuenta de que no serán las últimas.
Y es entonces, cuando pasado un tiempo el peso de la armadura comienza a hacer mella en tus hombros y la espalda se empieza a resentir, cuando te das cuenta de que la portabas. No te habías dado cuenta de que poco a poco, con el paso de los años, el trasiego de las personas que pasaron por tu vida y tu colección de experiencias te habían obligado inconscientemente a cubrir de hierro al niño que por muchos años que pasen vas a seguir siendo con sus sueños, sentimientos y miedos. Es en ese momento, cuando tienes en tus manos romperla o seguir escondiéndola bajo las ropas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario