05 noviembre, 2012

GANAR O PERDER



Reconozcámoslo, a todos nos gusta ganar. Aunque de pequeños nos enseñaran que lo importante era participar todos corríamos por ser los primeros en salir al patio o por ser el primero en terminar los deberes. El sentimiento de ser los mejores no desaparece aunque sí que pierde intensidad cuando los intentos fallidos y las caídas comienzan a amontonarse en nuestras espaldas. Una mala racha, una decepción o un fracaso tienen, inevitablemente, consecuencias y secuelas para siempre. A pesar de que el tiempo haga las veces de curandero y cierre todas nuestras heridas, las cicatrices nos acompañarán hasta el final y nos recordarán lo que sucederá sí volvemos a repetir pasos del pasado. 

Pero no siempre las cicatrices son visibles. Porque a pesar de haberte caído con la bicicleta cada verano y pensar que ya no te quedaban más marcas por hacerte en las rodillas, lo cierto es que las heridas internas superan con creces a aquellas, que por patosa te hiciste. Estas heridas que nadie ve pero que todos tenemos necesitan de mucho más tiempo para curar ya que aquí la Mercromina no hace demasiado efecto. Son ese episodio del pasado, esa persona o ese desengaño los que a modo de jarra de agua fría nos hacen cambiar y distanciarnos, cada vez más, del niño que volaba por los pasillos para lograr salir el primero. 

Y es ahí, cuando somos conscientes de que todos los lugares en los que hemos estado, todas las personas que hemos conocido y todos los momentos que hemos vivido nos forman y nos transforman cuando recordamos ese sentimiento de competitividad que nos anima a conseguir, por qué no, ser esta vez los que merezcamos ganar.

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