El ser humano necesita cambios de ritmo,
pasar de 0 a 100 en cuestión de segundos incluso esprintar sin haber calentado
antes los músculos. Solemos fijarnos objetivos, abandonar vicios y promesas que
muchas veces se quedan en eso, en meras propuestas. Pero hay fechas en el
calendario que suelen darnos ese empuje que nos falta para convertir esos
deseos en hechos. Esas fechas suelen coincidir con nuestro cumpleaños o con fin
de año. A veces, por falta de autoestima, otras por vagueza y otras, en cambio,
por falta de fuerza de voluntad dejamos de lado esa meta que deseamos alcanzar
desde que tenemos uso de razón pero que el miedo a caer en el intento hace que
la vayamos posponiendo año tras año.
Y no falla, según van pasando los últimos
días del mes de diciembre vamos redactando esa lista de nuevos propósitos:
dejar de fumar, ponernos a dieta, hacer ese viaje o empezar una carrera. La
mayoría de los objetivos que nos fijamos en estos días no son un mero cambio de
look sino que implican cambios y sus respectivas consecuencias. Todo cambio
implica riesgos y solemos querer correrlo con el cambio de ciclo. No sé sí es
cuestión de ese año que se suma a las espaldas o la esencia de las doce uvas de
la suerte pero lo que es cierto es que cuando el reloj de la puerta del Sol ha
tocado las doce campanadas sentimos un ligero alivio, nos sentimos nuevos y con
la sensación de haber cerrado un capítulo de nuestras vidas. Cuando miramos el
calendario y vemos “1 de enero” suspiramos y la sensación de empezar de cero
nos invade.
Supongo que es esa sensación de haber puesto
a cero los contadores la responsable de que nos sintamos con la fuerza
suficiente para ponernos manos a la obra y comencemos a dar pasos hacia esos
propósitos. Y es que hasta el más seguro de los humanos necesita sentir la
sensación de que ha cambiado de ciclo y que los fantasmas, las derrotas y los
errores del año que termina se quedan archivados en ese año y no entorpecerán
los sueños del año que comienza.
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