Y la verdad es que somos cobardes
por naturaleza. La mayor parte de los mortales lo son. Mínimo es el grupo de
aquellos valientes que nacen sin miedo a nada ni nadie. Todos, más o menos visible,
tenemos nuestro talón de Aquiles. Los miedos son de lo más variado, desde el
miedo a la oscuridad, al monstruo del armario, al payaso de sonrisa infinita, a
las agujas, a la verdad, al fracaso o a la soledad. Por más que pasen los años,
por más valientes que nos creamos, la verdad es que ese miedo nos acompaña toda
la vida y solo nos queda aprender a vivir con él.
No tenemos que pretender pasarnos
al lado de los valientes, tenemos que vivir siendo conscientes de nuestros
miedos pero sin salir corriendo cuando lo tengamos delante o ser capaces de mirarle
a los ojos, al menos, diez segundos. Porque en el fondo los miedos son obstáculos
que aparecen en nuestro camino en forma de película de terror, de vacuna o de
conversación sincera que nos recuerda que somos humanos, con nuestros miedos y
fortalezas.
Cuando seamos capaces de mirar el
armario sin miedo a encontrarnos a ese monstruo que vive allí, cuando seamos
capaces de afrontar un fracaso o de decir completamente toda la verdad sin más
dilataciones no nos habremos convertido en seres inmortales que no tienen miedo
a nada, sino que habremos sorteado ese obstáculo que se presentó de improvisto
en nuestro camino pero lo habremos hecho de frente y con la seguridad que nos
da conocernos a nosotros mismos. Y, por suerte, el sabor de boca de esa
victoria de la que hablo solo lo conocen esos cobardes por naturaleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario