Pese a lo que muchos puedan
pensar o refutar, en cierta medida creo en la existencia de ese ente llamado destino. Cada uno de nosotros toma
decisiones a diario que nos llevan por uno u otro camino, pero lo que en él nos
encontramos no es más que un atrezzo que alguien previamente se ha encargado de
colocar para que nos choquemos de bruces con él o para que, sencillamente nos
acompañe en un determinado tramo del camino. Y de eso, pese a que muchos lo puedan
poner en duda, se encarga el destino.
Precisamente por la existencia de
ese genio con nombre Destino que se encarga de mover los hilos de cada historia
singular y de toda en general, nos llevamos alegrías y decepciones con lo que
nos depara. Ninguno de nosotros puede llegar a augurar con total certeza qué
sucederá tres minutos después de tomar una decisión, si está le llevará
realmente a lo que desea o, desgraciadamente, le alejará.
Y mentirán aquellos que nieguen
que no se arrepintieron jamás de una decisión que tomaron en un determinado
momento y que le conllevo fatales consecuencias. Porque todos hemos maldecido en
alguna ocasión los cambios a los que nos hemos tenido que adaptar por capricho
del destino. Pero uno de los mayores errores de la raza humana es considerar
los cambios como algo negativo.
Si algo me enseñó un experto
positivista es que los cambios de ritmo o de ciclo no son algo negativo, sino
más bien algo positivo ya que los cambios y hechos inesperados son quienes
realmente otorgan sentido a la decisión que nos ha llevado hasta ellos y nos
hacen crecer como viajeros. Y es que, la vida no es una autovía recta de
sentido único sino que más bien es una carretera secundaria con miles de
desvíos y rutas opcionales. Desde entonces, creo a ciencia cierta que todo lo
que nos sucede en la vida, planeado por nosotros mismos o por el propio
destino, sucede por algo.
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