Anoche nos volvieron a estrujar
el corazón. Anoche, el viejo continente volvió a ser escenario del pánico. Anoche,
en París la respiración se
entrecortaba con el terror pisándole los talones y los disparos rozándole la
piel. Cuando apenas han pasado dieciocho horas de los seis atentados coordinados en Francia, la cifra de muertos supera ya los 120 y la de heridos se eleva a 300.
Lamentablemente y con una mano en el corazón todos somos conscientes de que
estas cifras bailarán con el paso de las horas.
Anoche el Estado Islámico nos volvió a demostrar lo frágiles que somos y esta
mañana nos ponía a todos sobre aviso, “No viviréis en paz” – afirmaba el
portavoz del grupo DAESH que ha
reivindicado la masacre gala. El mensaje de los terroristas es claro y Europa no
puede ni debe quedarse solo con los hechos. Bien es cierto que en menos de un
año las calles de Francia han derramado sangre inocente por lo que ISIS considera “respuesta a la política internacional antiterrorista francesa”,
pero son muchas las ciudades y pueblos por las que cada día corren ríos de
sangre inocente en Turquía, Siria o El Líbano.
Es cierto que las tragedias
golpean con más fuerza a la ciudadanía cuando son más cercanas geográficamente,
y que hoy todo el pueblo español se une al dolor de nuestros vecinos franceses
pero, como ciudadanos del mundo, no nos podemos permitir seguir escuchando día
tras día noticias de atentados terroristas en Oriente Próximo y no conmovernos como lo hacíamos ayer a
medianoche. Me da la sensación de que para esos sucesos se nos han secado las
lágrimas y eso, eso sí que me estruja el corazón.
Anoche, algunos en primera y otros
tantos en tercera persona han vivido lo que millones de refugiados sirios llevan
viviendo mucho tiempo, y hemos respirado de cerca el miedo y el terror que ha
expulsado a miles de personas de sus hogares, barrios, ciudades y países. Como
ciudadana del mundo me niego a olvidarme el lunes de lo sucedido anoche en
París o en El Líbano – donde 43 personas han muerto y 239 han resultado heridas
por un atentado perpetrado por el grupo chií Hizbulá.
Aún es pronto para hacer
pronósticos a gran escala o vaticinar respuestas internacionales a tales
ataques, pero si una cosa tengo clara es que no estamos frente a una guerra de
religiones. El miedo y el terror no lo causan los Kalashnikovs sino los extremismos y los fanatismos que han despojado a aquellos
seres humanos de cualquier ápice de humanidad. No dejemos caer en el olvido la trágica
noche parisina del 13 de noviembre de 2015 ni aquellas tantas otras que se
suceden cada día más allá de nuestras fronteras. Ya se ha derramado demasiada
sangre inocente, ya son demasiadas las familias que lloran a sus muertos y demasiadas las
que curan las heridas de sus seres queridos.
Basta ya.

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