Una vez en párvulos una profesora nos enseñó el juego de los sacos. Nos explicó que tendríamos que separar los objetos según su color. Para ello había cuatro sacos diferentes, cada uno con un color distinto: estaba el rojo, el amarillo, el verde y el azul y nuestro reto era colocar cada pieza en su saco correspondiente dependiendo de su color.
Desde entonces aprendí a
organizar mi vida en sacos. Fui metiendo en cada uno de ellos todo tipo de
realidades, personas, instantes, trabajos, recuerdos… En fin, todo. Quizá esa
maldita enfermedad que día a día echa un pulso al tiempo y siempre gana
cobrándose su victoria en un recuerdo menos para la persona que la sufre y que
me resulta tan familiar, incrementó el afán por querer clasificar y guardar
para una posteridad todo lo que me iba sucediendo.
Poco a poco los sacos fueron
aumentando su figura y en más de una ocasión pensé en hacer limpieza general
porque, probablemente, los había llenado con momentos sin importancia pero
entonces recordé el motivo por el que decidí hacer mi particular juego de
sacos. Cada uno de los sacos estaba formado exactamente por aquello que le daba
nombre y distinguía del resto de sacos. Ni siquiera el saco de “momentos para
olvidar” era superfluo. Todo lo contrario. Justamente ese saco junto al resto
de sacos negativos eran tan o más importantes que los positivos porque sin los
primeros, seguramente, no habría podido completar los segundos ya que, como
ocurre a diario, son los errores cometidos, los intentos fallidos o los choques
contra la pared los que nos han encaminado hacía la decisión correcta.
Y es que, lejos de tirar esos
tachones o de reciclar esos “para olvidar” lo más aconsejable es tenerlos
bastante a la vista, quizá en el estante más alto pero también más visible para
no perderlos nunca de vista y no volver a cometer otro “para olvidar” que nos
aleje de lo que realmente queremos en cada momento. Porque después de todo, no
hay recuerdos malos sino experiencias almacenadas en sacos de colores.
A veces no está mal recordar lo que pasó para volver a sentir lo que sentiste... Aunque la buena sensación solo dure un segundo y el dolor mil años
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